Recuerdo el día en que me cogió la mano y decidió acompañarme a mi casa.
Yo cobarde puse excusas, pero terminó convenciéndome con su sonrisa.
Y fue una tarde que jamás olvidaré.
Aquella noche miré el cielo, la luna había desaparecido. Junto con su rostro pegostreado en el cielo, y pude dormir, después de muchas noches de insomnio, dolores de cabeza, pensamientos estúpidos, llamadas de teléfono. Después sueños incoherentes. Dormí terriblemente bien. Y al día siguiente, descubrí que detrás de esos ojos verdes, se encontraba la fascinación por lo clásico, los libros, la música, un skate y cientos de anécdotas que me robaron más de una risa.
Descubrí que él era capaz de pintar mis días grises de un perfecto azul.
Y después de algunos meses después descubrí que aún me sigue fascinando y que su sonrisa, fue mi primera debilidad, su voz mi risa, y sus manos mías. Y quizás en un mundo ideal, donde gustos irónicos no existiesen, él sería el ladrón perfecto de mis te quiero.
Yo cobarde puse excusas, pero terminó convenciéndome con su sonrisa.
Y fue una tarde que jamás olvidaré.
Aquella noche miré el cielo, la luna había desaparecido. Junto con su rostro pegostreado en el cielo, y pude dormir, después de muchas noches de insomnio, dolores de cabeza, pensamientos estúpidos, llamadas de teléfono. Después sueños incoherentes. Dormí terriblemente bien. Y al día siguiente, descubrí que detrás de esos ojos verdes, se encontraba la fascinación por lo clásico, los libros, la música, un skate y cientos de anécdotas que me robaron más de una risa.
Descubrí que él era capaz de pintar mis días grises de un perfecto azul.
Y después de algunos meses después descubrí que aún me sigue fascinando y que su sonrisa, fue mi primera debilidad, su voz mi risa, y sus manos mías. Y quizás en un mundo ideal, donde gustos irónicos no existiesen, él sería el ladrón perfecto de mis te quiero.
Maldito mundo imperfecto.